lunes, 26 de enero de 2009

COLOSOS Y HUMILDES



Hoy las noticias confirman lo que ya desde hacía meses sabíamos. Uno de los cuadros más famosos atribuidos a Francisco de Goya, fue en realidad obra de uno de sus discípulos.
La noticia no tendría mayor relevancia para mí -el cuadro me gustaba, me gusta y me seguirá gustando- si no fuera por una afirmación que ha llamado muchísimo mi atención: el informe emitido por el Museo del Prado indica que la técnica empleada en la elaboración del cuadro no era ni mucho menos brillante, y que la captación del color era ciertamente pobre. En resumen: cuando el cuadro fue de Goya, estábamos ante un ejercicio extraordinario de precisión pictórica; ahora que ya sabemos que no lo es, nos encargamos de asegurar que la obra, después de todo, no era tan buena.
He visto suceder esto mil veces en la historia literaria: el teatro de Gregorio Martínez Sierra tuvo cierto interés hasta que alguien descubrió que la verdadera autora era su mujer, y entonces todo pasó a un plano exclusivamente anecdótico; los estudiosos que adoran a Shakespeare, jamás tolerarán la insinuación de que el autor de sus obras pueda ser Marlowe... no así quienes rechazan la escritura del genio inglés. Para ellos, lo mismo da quién sea o deje de ser el verdadero autor.

Y yo me pregunto... ¿quiénes son los verdaderos colosos de la historia?; o ¿cómo los juzgamos: por sus nombres o por sus obras?

Y me pregunto si mi trabajo, mis libros, mis artículos, serían igualmente valorados si en lugar de hablar de Aurora de Albornoz, hablasen de Juan Ramón Jiménez... aunque los textos fuesen exactamente los mismos. Porque realmente, nadie valoró mi trabajo, hasta que descubrí un dato minúsculo, que para los grandes tótems de la crítica representaba, ante mi sorpresa e incredulidad, un mundo. Y es que el primer libro de mi escritora había sido avalado por el propio poeta de Moguer...
¿Eso la convierte en otro coloso?

miércoles, 14 de enero de 2009

VERDAD, MENTIRA, FANTASÍA Y REALIDAD



La historia hace veinte años parecía auténtica.
El Rey Aurelio, vaya usted a saber por qué razones -nunca nadie terminaba de explicárnoslo- tenía que entregar cada cierto tiempo a las autoridades musulmanas un grupo de doncellas. Y lo hacía, ¡qué bonito!, en mi pueblo. A mí, que para esto siempre he sido un poco reivindicativa, me enfurecía que el señor monarca anduviese por ahí regalando chicas... y más si eran vecinas. Nunca me pregunté a qué otras cosas se dedicaba el tal Aurelio, o qué era lo que le había dicho a los moros para que se produjese semejante agravio. Porque yo estaba segura de que la gente de mi pueblo no había hecho nada. Eso tenía que haber sido alguna metedura de pata del rey, sin duda.
Pero el caso es que, lo miraras por donde lo miraras, el pueblo se llamaba El Entrego porque nos dedicábamos a entregar doncellas. Sin más discusión.
Tierna ingenuidad de la infancia.
El primer día de curso en la facultad, 9 de la mañana, primera clase de mi vida universitaria. El profesor de latín nos pregunta de dónde somos, para explicarnos algunas de las etimologías que daban vida lingüística al nombre de nuestras ciudades. Y yo, más feliz que nadie, le suelto que mi pueblo se llama como se llama por el asunto de las doncellas...
Y sí, sé que esto ya no es la tierna ingenuidad de la infancia. Esto es ni más ni menos que mi incorregible espíritu literario... mejor la leyenda que la realidad, siempre.
Pues no. Se rió todo lo que pudo y un poquito más. "Intraicum", desembocadura. Toma ya. Resulta que los arroyuelos de la zona desembocaban todos en el río Nalón a su paso por El Entrego. Infancia destrozada. Como con los Reyes Magos, o Espinete, o el Ratoncito Pérez o David el Gnomo y su libro secreto... Qué manía con desvelarme las verdades de la vida y derribarme a mis héroes.

El caso es que con la tontería, debí caerle bien, porque el resto del año se lo pasó siendo maravillosamente cercano, accesible y cariñoso con una servidora, que aprendió más latín que nunca en su vida. Etimologías incluídas.


Eso sí. Ahora entenderéis por qué me gustan las leyendas, los cuentos, la fantasía, soñar despierta, los Reyes Magos, el ratoncito Pérez, Espinete y David el Gnomo con libro secreto incluido.
Porque existir, existen. De alguna manera existen. Y el que me diga lo contrario, miente. O fabula.

domingo, 11 de enero de 2009

LITERATURA LEJANA, AMIGOS CERCANOS

Hace mucho tiempo que quería publicar este post. Pero parece que, muchas veces, escribir sobre lo cercano cuesta, porque no queremos resultar poco objetivos, y porque queremos tanto a esa persona que cualquier intento de hablar sobre ella se nos queda pequeñito.
En octubre de 2006 mi tesis -todavía bebé- y yo nos subimos en un avión rumbo a la ciudad de los rascacielos. Allí nos esperaban dos personas que se convirtieron en las siguientes 8 semanas en mi familia estadounidense; desde ese momento, compartí con Aurora de Albornoz no solamente horas de trabajo, sino también a la gente que más la quiso. Su sobrino, del que ya os hablé en algún momento, y alguien más -mi protagonista de hoy- que fue un auténtico maestro para mí. En realidad, a él le debo poder comunicarme con soltura en inglés, el haber perdido el miedo a las grandes ciudades, mi amor por los Estados Unidos... y la afición al té helado y los arándanos.
Scott Hightower es profesor en la Universidad de Nueva York. Profesor de creación poética. Se dice pronto. Una de esas asignaturas que jamás existirían en ninguno de los campus de nuestras universidades, pero que allí se consideran centrales dentro de algunas ramas de los estudios humanísticos.
El cargo a él no se le queda grande, porque antes que otra cosa es un excelente poeta. Y no soy yo la única que lo dice ni lo dirá. Críticas buenas ha recibido ya, y muchas. Y premios literarios. Y premios como traductor.
Y, después de todo, lo que siempre llamó mi atención: montones de llamadas telefónicas de alumnos repletos de preguntas, que él atendía con una calma que me asombraba, al pensar en su habitual hiperactividad, que le hacía parecer a veces poco paciente.No lo es en absoluto. Pasé muchas horas sentada junto a ellos traduciendo a Aurora a tres bandas. Él ponía el inglés, Jh el bilingüismo, y yo esa extraña manía de explicar el vocabulario contando historias, poniendo ejemplos y aventurando interpretaciones.
Al final, el resultado -y sé que Jh está de acuerdo conmigo- era solamente de Scottie, que, claro está, acabó por ganarse un premio y lanzar a nuestra Aurora al público americano. Otros, también amigos muy especiales, le acompañaron en el camino, citándole.
Nunca olvida enviarme sus nuevos poemas, que yo, desastre habitual, nunca tengo tiempo de traducir al castellano ni comentarle con el tiempo y las ganas que él merecería. Y como siempre hablo de difundir escritores desconocidos, no voy a dejar de hacerlo con él. Por que, al fin y al cabo, en España él es un desconocido... Lo será solamente hasta que entre todos pongamos de nuestra parte para traducirle y editarle. Tiempo al tiempo. De momento, uno de sus poemas, mi preferido:

LOVE


We never sleep apart––neither under
the stars, nor under a ceiling. Neither
"Staying over," up north; nor, down south,
"Spending the night."

We have connived our way through the streets
of old villages and new cities, have fought
our way through. Undress. Raise your eyes.
Forget about equities

and consents. Tonight again we are secure
as saddlebags astride the spotted rump
of an Appaloosa. Let surrender surround
as an unarmed Moor

awaits in his tent his enemy's cadaver.
Allow night to vault the fatal arrival
of such passing glamour. Forgive my lag,
my hoist. Raise your eyes.